Mundos distintos. Mares Musicales.
Mundos distintos. Mares Musicales.
Imaginar es alzar el vuelo.
Es traspasar las limitaciones emocionales
y romper con las del cuerpo.
Imaginar es musicar el alma.
Somos conscientes de que la música nos abre mundos imaginarios, nos ayuda a ser más positivos, creativos, comunicativos… Pero ¿la música puede ser curativa? No conozco la respuesta, lo que sí puedo asegurar es que la música es el puente que conecta a la gente.
Con este articulo, no pretendo hacer ningún ensayo sobre las propiedades que tiene la música en las personas con algún tipo de dolencia, porque entre otras cosas, ni soy psicólogo ni músico. Pero sí que como “cuenta historias”, me siento en la necesidad de explicar una experiencia fabulosa en la que la música es el vehículo de la comunicación.
Lo que la voz no puede decir.
Hace algunos meses, tuve la suerte de asistir como invitada a unas sesiones de musicoterapia conducidas por un psicólogo para un grupo de chicos muy afectados psíquica y físicamente. Las palabras de estos chicos están formadas por ruidos guturales y éstos, a su vez, transformados en melodía.
Una vez por semana, me metía de puntillas en la sesión de musicoterapia donde me encontraba ante un grupo de cuatro personas con parálisis cerebral severa y autismo. Cada uno navega en sus individuales mundos y prácticamente no interactúan entre sí, pero el psicólogo, un hombrecillo pegado a una guitarra que destila rosas y sabiduría, tiene la magia y la experiencia de zambullirse en esos mares para llenarlos de notas musicales y poco a poco acercarlos mas a la realidad.
Es curioso, pues al principio, explicaba que la música nos abre mundos imaginarios, pero con esto no he querido contradecirme con mi última reflexión; creo firmemente que la música equilibra, te eleva al cielo y te ayuda a pisar firme la tierra, según sea el caso.
Voy a transmitiros unas experiencias vividas en las sesiones de ésta singular terapia, pero antes advertiros, que por motivos de privacidad, los nombres de estas personas han sido cambiados. El objetivo de este texto es puramente altruista y con él no pretendo herir ninguna sensibilidad; por el contrario, son héroes anónimos que me han enseñado que los pequeño logros siempre son grandes victorias.
El grupo esta compuesto por Richard Wagner, Amadeus Mozart, María Callas y Robert Schumann junto a su inseparable maestra de ceremonias. Estos geniecillos hacen la sesión de musicoterapia en una sala oscura, pero con luces de colores que surcan el techo como pececillos nerviosos en un estanque. Es un grupo de cabezas gachas (que están sentados en circulo, algunos en sillas de ruedas) no porque se nieguen a seguir el curso natural de la vida, si no por un absurdo capricho del destino que el resto de los mortales no terminamos de entender.
El musicoterapeuta, el hombrecillo pegado a su inseparable guitarra, entra en la sala y con voz risueña saluda al grupo de genios. Nadie le responde, excepto la risa llena de gratitud de Mozart que rebota juguetona en las paredes. Amadeus Mozart es un chico que no puede hablar, pero su mirada que contiene un millón de soles y su risa contagiosa son su mejor idioma. Los dedos del hombrecillo empiezan a acariciar las cuerdas de la guitarra y su voz se confunde con las luces de colores. Wagner se incorpora a la presentación con la mirada algo perdida, palmoteando felizmente e intentado llevar el compás de la melodía. El músicoterapeuta empieza la sesión saludando a cada genio a través de una melodía y canto personalizado.
Richard Wagner, la euforia de las palmas:
Para este geniecillo la música es un medio de comunicación, puesto que el compás que guía sus palmas y el movimiento de su cabeza parecen llevar el mismo ritmo. El mundo para Richard Wagner es un gran sinfonía y cada una de las personas son instrumentos que se dividen en tres grandes grupos: cuerda, viento y percusión. Él siempre es el director. Porque más allá de la música, en el mundo real, hay muy poco para disfrutar. Richard ante sus pensamientos…, aplausos y más aplausos, mientras afirma enérgicamente con la cabeza.
Cuando Richard se percata de que el musicoterapeuta está delante de él, sus manos se arrancan en una euforia de palmas. Este valiente músico es un ser de cuerda, piensa Richard Wagner, porque viaja siempre con un cajón de instrumentos y su guitarra colgada al hombro… Ese hombre de cuerda le gusta, porque también vive en su mismo mundo y los dos utilizan el mismo idioma: el musical. El músico le ofrece un instrumento de percusión. ¡Sí, yo soy de percusión! Richard medita mientras regala una gran sonrisa terrenal.
El ser de cuerda le dedica un precioso recital de voz y música tan precioso que Richard Wagner se olvida de que él es el director, por lo tanto comienza a agitar el instrumento musical dejándose llevar por la melodía creada por ellos dos. Aplausos y más aplausos.
La música de las palmas es el más bello ritmo surgido de los latidos del corazón.
Las vidas de Robert Schumann:
Robert es un chico de complexión robusta y sonrisa franca; sus caminares son torpes y pesados, lo importante es que siempre llega a los mismos sitios que los demás. La ambigüedad de Robert no tiene parámetros, vive entre dos aguas; se mece entre el mundo real y su mundo real, es curioso y distraído, es atrevido y tímido a partes iguales. Robert es lo mas parecido a una melodía que empieza suave, pero termina en una gran sorpresa de trompetas.
Uno de los hobbies que mas divierten a Robert Schumann es complicarle el trabajo al pobre musicoterapeuta que viaja con su eterna aura de bohemio moderno, rodeado de música. ¿Qué es la música? Es algo que ni se ve. ¡Jopetas! Eso sí que es vivir entre dos vidas, piensa Robert, entretanto el guitarrón intenta captar su atención. El instrumento empieza a cantar, pero después de unos minutos se desvanece de tristeza y es cuando Robert agarra sonriente los palillos empezando a golpear el pequeño bombo que tiene delante. Toca sin pasión, sin ritmo, pero toca. Robert no es del todo consciente de estar tocando música, porque esa música viene desde el mundo real. Y así, nota a nota, el musicoterapeuta se aleja con una chispa que resplandece en sus ojos. Robert no sabe que esta vez lo han ganado.
Lo importante no es saber de que vida proviene la música; lo vital es que la música exista en cada vida.
Amadeus Mozart, una carcajada llamada música:
La mejor melodía que he conocido es la exótica mezcla de una carcajada y el tintineo de unos cascabeles. Su risa llena de vida, su optimismo que surge de su mirada y sus cascabeles, que conviven en su mano izquierda a modo de comunicación, ése es Amadeus Mozart y su mejor carta de presentación. Solo su cabeza y su mano izquierda tienen movimiento, por eso Amadeus, un chico de cuerpo delgado y dedos de pianista, vive con su inseparable silla de ruedas, la cual tiene el mismo carácter que su inquilino. Ellos dos reparten alegría donde se encuentren, mientras los cascabeles hacen la traducción de sus palabras y sentimientos.
Para Amadeus la música es religión. Respira música, se alimenta de música y de sus carcajadas hace una bella canción. Para Amadeus el musicoterapeuta es un Dios bajado del Olimpo de los pentagramas, y esa guitarra tiene el poder hipnótico de transformar su ojos en dos grandes planetas y en sus labios se dibuja un “fa”. Es difícil describir lo que siente Amadeus cuando su Dios empieza a acariciar las cuerdas de la guitarra, el cascabel suena tanto que los soles de su mirada envuelven con fascinación al musicoterapeuta, por lo cual se confunde quién da terapia a quién. Los cascabeles, en ocasiones, vibran jubilosos y a veces agonizan de alegría. Las carcajadas y los sonidos melancólicos que intercala la garganta de Amadeus se mezclan con el canto de su Dios. En ese momento, no importa la terapia; solo existe Amadeus, el musicoterapeuta y una guitarra que se muere de belleza.
La mas divina de las músicas es la que nace y florece de una carcajada.
La piel de María Callas:
María es una chica enigmática ya que su discapacidad le hace vivir dentro de un cuadro cuyos colores son muy difusos y de difícil comprensión. Siempre está flotando por encima de nuestras cabezas como una ninfa de ojos de lago. Y cuando por fin, toca tierra, es porque las notas de la guitarra le dan la bienvenida; entonces desciende suavemente a la tierra.
El musicoterapeuta le canta una canción en la que ella, y solamente ella, es la protagonista. La chica alza el rostro descendiendo hacia el mundo exterior; observa a ese hombre que hace años que le canta, pero del cual no sabe el nombre. Es igual cómo se llame, lo observa con sus ojos, le habla con su mirada; él también mantiene este diálogo mudo que se mezcla con las notas de su guitarra. Las pequeñas manos de María navegan por el aire hasta encontrar la madera del instrumento, muy cerquita de la vibración de las cuerdas. Sus manitas descansan allí, mientras que la música penetra tiernamente por ellas e invade todo su cuerpo. En sus labios aparece una media luna en forma de regalo por ese ratito en la realidad. En su cuerpo ha quedado grabado el susurro de una guitarra.
No siempre los oídos son la mejor opción; cuando la música se escucha por la piel es cuando te conviertes en instrumento musical.
El parachute y la unión de los genios
En las sesiones, el musicoterapeuta hace muchas mas dinámicas que las narradas aquí, pero que no voy a explicarlas pues este texto se alargaría demasiado. Pero os voy a contar la dinámica del parachute.
El parachute es una gran tela de vivos colores que tiene la forma de paracaídas, en sus múltiples bordes tienen agarraderas para que su manejo sea mas práctico. El objetivo de este ejercicio, es sencillo y difícil a la vez, al igual como crear una unión grupal.
Robert Schumann, Richard Wagner, Amadeus Mozart, María Callas, la maestra de ceremonias y el musicoterapeuta agarran cada uno por un extremo. A ritmo del “Va Pensiero” mueven la tela arriba y abajo. Colores que bailan, flotan y penetran en los corazones de los que están allí. Entre las olas de ropa, los geniecillos se miran asombrados. ¡No están solos! Son una unidad, una unidad de mares musicales. ¡No están solos! Mientras dure la música habrá realidad.
Dedico este texto a Egoitz Urberuaga, creador de realidades y mares musicales.
Pili Egea